Las colinas y valles, las montañas y ríos, los pueblos y ciudades. Carreteras de dos carriles. Campos de girasoles y maizales.
A parte de las cigüeñas blancas (que pasan el invierno en África), la forma inconfundible de las pacas de heno y las ruinas de los romanos y comunistas, Rumanía a veces podría pasar por Appalachia.
De hecho, a lo largo de los montes Cárpatos, Rumanía a veces es un reflejo de Appalachia en ambas sus fortalezas y dificultades. Desde su paisaje natural y problemas de conservación a la dependencia económica en el carbón y la madera, algunos investigadores han conectado los puntos americanos y europeos entre sí. Incluso las plantas y animales de ambos lugares pueden resultar similares.
En Julio un amigo y yo hicimos un viaje a través de la parte norte del país. Después de una semana habíamos visto 93 carretas de caballos, una forma tradicional de transporte que desentona al lado de los coches europeos, y 144 cigüeñas blancas.
Aproximadamente el doble de grande que Carolina del Norte, en Rumanía viven unas 20 millones de personas. Los montes Cárpatos atraviesan el país en forma de una “c” al revés, llenando las regiones nortes y centrales con colinas y valles. Nuestro viaje comenzó al noroeste de Rumania en la ciudad de Baia Mare, cerca de la frontera ucraniana, antes de desviarnos al sur hacia Cluj-Napoca, virando hacia el este hacia Iasi casi hasta Moldavia, y después al oeste de nuevo hacia Bistrita y Oradea. (Este artículo se centra en la región de Transilvania, pero la cordillera de los Cárpatos incluye las regiones de Transilvania, Maramures y Bucovina en el norte y centro de Rumanía).
Entrecruzando los Cárpatos, nuestra ruta depende de carreteras de doble carril atajando a través de pueblos donde perros y pollos deambulan libremente. Las casas tienen intrincadas vallas de madera y grandes jardines; los supermercados son raros. Las ciudades más grandes sirven como centros de actividad donde encontrar gasolineras y algunas iglesias ortodoxas impactantes y donde hacer autostop. Los letreros de las ciudades por lo general están en rumano, añadiendo húngaro o alemán para denotar áreas mixtas.
Letreros ornamentados señalan algunas ciudades, muchas de ellas al estilo de la era comunista en hormigón embrutecido o tuberías retorcidas. La falta de carreteras interestatales en Rumanía hace que el viaje se haga el doble de largo que en América, pero las vistas distraen desvían la atención de los conductores, que así olvidan mirar el reloj. Los comunistas han podido destruir el medio ambiente tal como han podido hacerlo con ciudades y pueblos, pero no pudieron destruir cada una de las llamativas vistas.
Las montañas y valles tienden a ser más escarpados y dramáticos que los Apalaches, aunque ambos tienen curvas cerradas. Inevitablemente, al conducir por la montaña nos atascamos detrás de un tráiler. Los conductores aquí son más imprudentes y giran rápidamente en las curvas para pasar el camión, apostando que nadie viene en dirección contraria. Sólo vimos una escapada por los pelos. Llegando a un pequeño valle, la carretera sigue un arroyo poco profundo, cuyo bajo volumen no logra disuadir a un pescador local.
Dirigiéndonos al oeste a través del norte de Transilvania, esperamos un tren que cruza bajo la lluvia. Un grupo de jóvenes rumanos en un automóvil al máximo de capacidad aprovecha la oportunidad del atasco para fumar. Una vez despejado, nos esperan más curvas ascendentes a medida que las colinas se convierten en montañas. Una niebla azul desciende, nube que esconde reses y casas de labranza. Una vista que anteriormente se extendía durante kilómetros retrocede y se reduce a metros. Pinos altos, rígidos, empujan sus puntas a través de la neblina. Con unos pocos rayos de luz que permanecen, alcanzamos el puerto de Tihuta. Su otro nombre, el puerto de Bogo, es más conocido – Bram Stroker lo llamó así en Drácula:
Fue en el lado oscuro del crepúsculo cuando llegamos a Bistritz, que es un viejo lugar muy interesante. Situado prácticamente en la frontera -pues el puerto de Borgo da paso a Bukovina- ha tenido una existencia muy borrascosa y sin duda muestra marcas de ello.
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Después a través de la oscuridad podía ver un área de luz gris delante nuestra, como si hubiese una grieta en las colinas. El entusiasmo de los pasajeros se acrecentó, el loco vagón se sacudió en sus resortes de cuero y osciló como un barco zarandeado por un mar tempestuoso. Tuve que aferrarme. La carretera se niveló y parecía que volábamos por ella. Entonces las montañas semejaban aproximarse a nosotros a cada lado frunciéndonos el ceño; estábamos adentrándonos en el puerto de Borgo.
Lo que Stoker no trata en detalle suficiente es la belleza espectacular del puerto, ya se atraviese en carruaje de caballos o en coche.
Pocos turistas llegan a Rumanía y es una lástima. El turismo ha aumentado durante la última década, pero está impulsado por la gente de allí (el 80 por ciento del total de turistas, según estadísticas de Eurostat) que viajan dentro de su propio país. En Transilvania, las ciudades de Cluj y Brasov atraen (relativamente) grandes multitudes, pero Rumanía encuentra dificultades para atraer a los extranjeros. (Cuando buscamos en Google “turismo en Rumanía”, por ejemplo, la primera pregunta es, “¿Rumanía es segura para turistas?”).
Ignorando los estereotipos sobre crimen y comunismo, el país tiene mucho que ofrecer. En una semana visitamos el anfiteatro romano construido en piedra durante el reinado del Emperador Adriano en el 157 a.C., cerca de la ciudad de Zalau. Nuestra única compañía allí, en la antigua capital de la Dacia gobernada por los romanos, fue una joven familia rumana y el vendedor de entradas (cuestan 2 dólares), que tenía mucha curiosidad por saber de dónde veníamos. En Bucovina, visitamos un puñado de monasterios con pinturas del siglo XVI, construidos por el rey rumano San Esteban el Grande para honrar a Dios después de vencer a los invasores turcos otomanos. Han sido reconocidos como Patrimonios Mundiales por la UNESCO desde 1993. Además en Oradea, cerca de la frontera húngara, contemplamos una pequeña ciudad llena de arquitectura art nouveau bien conservada.
Aunque Rumanía ha atraído pocos turistas americanos, algunos académicos americanos se han sentido atraídos por los Cárpatos. Durante los últimos 15 años, un grupo de entre ellos ha establecido una conexión cárpato-apalache para comparar las similitudes en las regiones- sus fortalezas, problemas e historias coincidentes.
“Durante la década pasada, las colaboraciones se han centrado en gran medida en las culturas de montaña y el desarrollo económico sostenible. También hemos abordado numerosos problemas ecológicos comunes, incluyendo la deforestación y la fractura hidráulica de lutita”, dijo en un email el Dr. Donald Edward Davis, un investigador independiente que ha escrito extensamente sobre Appalachia y ha sido becado por Fullbright en Rumanía y Ucrania.
La colaboración ha significado trabajar conjuntamente en la investigación académica, así como alojar a estudiantes europeos y a profesores universitarios en universidades apalaches.
“Las semejanzas entre los Apalaches y los Cárpatos son difícilmente superficiales”, dijo Davis. Los bosques han incentivado el crecimiento económico en etapas tempranas en ambos sitios. Pueblos y ciudades solían construirse en valles junto a grandes ríos. Incluso los huertos en ambas regiones se parecen: los cárpatos añadieron maíz, tomates y patatas provenientes de Norte América a su dieta mientras que los apalaches empezaron a cultivar trigo sarraceno, manzanas y trigo proveniente de Europa, añadió.
Una planta exclusivamente apalache conecta también las regiones: los puerros salvajes. Sin embargo, en la cordillera cárpata se recogen de forma diferente.
“Las rampas o puerros salvajes cárpatos (Allium ursinum) se cosechan tanto en Ucrania como en Rumanía a principios de primavera, pero la mayoría de los recolectores dejan el bulbo en la tierra, lo que permite que la planta vuelva a brotar la primavera siguiente”, dijo Davis. “En Appalachia, la mayoría de la gente desentierra la planta entera, lo que constituye una práctica insostenible, como sostiene la etnobotánica Sunshine Brosi (de la Universidad del Estado de Frostburg). Compartir este conocimiento con los apalaches podría ayudar a conservar las poblaciones de rampas de montaña.”
Si los productores cárpatos copian los festivales de la rampa llevados a cabo en Appalachia, añadió Davis, podría ayudarles también a incentivar el crecimiento económico.
En los siglos XIX y XX, miles de nativos de los Cárpatos emigraron a Appalachia para trabajar en minas de carbón y plantas acereras, como ha documentado Lou Martin, un historiador de la fuerza laboral en la Universidad de Chatham en Pittsburgh.
En octubre, la cuarta Conferencia Internacional Apalache/Cárpata tendrá lugar en Braşov y Petroşani (un núcleo de la explotación minera de carbón) para intercambiar ideas sobre el tema “Haciendo Sitio: Desarrollo Transitorio y Post-industrial en las Comunidades de Montaña”.
“Esperamos que la conferencia ayudará a establecer conexiones adicionales entre las dos regiones de montaña”, dijo Davis. “Cuestiones particulares que han de ser abordadas en la conferencia incluyen 1) cómo sobrevivir en una economía post-carbón, 2) usar las artes culturales, el turismo, la agricultura local y el entorno natural como claves para el desarrollo de la economía local.”
La conexión es importante por otra razón: puede que trabajar juntos desencadene algunas ideas sobre cómo evitar que la gente joven abandone ambas áreas. Cuando paré en Cluj, la cuarta ciudad más grande en Rumanía, cené con un economista que describió el sistema político rumano como uno que está diseñado para echar a la gente del país.
Rumanos jóvenes, ambiciosos, a los que disgusta el statu quo, lo tienen difícil si intentan cambiarlo. La corrupción sigue siendo un problema, incluso después de una lucha ambiciosa por limpiar el sistema político, y mudarse a Europa del oeste puede doblar o triplicar el sueldo de un trabajador. El atractivo de mejorar sus vidas, yéndose para ganarse el sustento de su familia en el extranjero y evitar la burocracia corrupta que lastra el país, es obvio.
Los problemas a los que se enfrentan ambas regiones pueden ser sumamente difíciles y carecen de soluciones fáciles. Aún así, conocer otro lugar a un océano de distancia puede que ayude a los nativos a ver el lugar de origen con otros ojos y a encontrar maneras de mejorarlo.
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Anthony Hennen is un cofundador de expatalachians y editor directivo en el Centro James G. Martin para la Renovación Académica en Raleigh, Carolina del Norte.
Traducción al español por Rubén Babío.